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Tomado de El Espectador http://www.elespectador.com/noticias/salud/un-inventor-100-colombiano-articulo-492415 El colombiano Juan Pablo Hinestroza, profesor en la Universidad de Cornell y experto en textiles inteligentes, cuenta que llevaba dos años y US$1,2 millones invertidos buscando el método para que pequeñas partículas conocidas como MOF (diminutas estructuras porosas) se adhirieran de forma estable a fibras de ropa, pero todos sus esfuerzos habían fracasado. Entonces alguien le habló de César Sierra, químico de la Universidad Nacional, y la suerte del proyecto cambió. Sierra viajó a Estados Unidos y en tan sólo un mes de trabajo encontró la solución al problema que tenía desesperado a su colega. Patentaron en Estados Unidos la técnica para que las MOF queden adheridas a las fibras textiles. Hoy, varias multinacionales de ropa han mostrado su interés en la técnica, pues es un nuevo paradigma para crear telas con propiedades muy especiales. Por ejemplo fabricar jeans que no huelan cuando estén sucios o ropa interior que pueda durar hasta 45 días sin lavar. “César es el químico más recursivo que he conocido. Es brillante. Ahora creo en milagros después de ver cómo trabajan los científicos en Colombia”, dice Hinestroza. Esta semana los dos científicos colombianos, junto a los investigadores Carlos Soto, Haendel Rodríguez y Cristian Ochoa, firman un artículo publicado por la revista Journal of Applied Polymer en el que dan cuenta de otro invento prometedor: telas que matan bacterias. Desde hace siglos se sabe que metales como la plata matan bacterias al entrar en contacto con ellas. No está muy clara la cadena de eventos celulares que conduce a la muerte de las bacterias, pero el efecto antibacterial de los metales es incuestionable. Bajo ese principio, Sierra y el grupo de colaboradores de ambas universidades lograron fijar nanopartículas de cobre a una tela y demostraron que el 100% de las bacterias Escherichia coli y Staphylococcus aureus, responsables de buen número de infecciones intrahospitalarias, mueren al entrar en contacto con la tela. “Con telas como estas se podrían fabricar sábanas de hospitales, uniformes de médicos y enfermeras, pijamas para los pacientes, y así reducir el riesgo de infecciones”, explica Sierra. Ahora el reto es lograr extender el efecto bactericida a otras bacterias que pululan en los hospitales. Sierra ya tiene una solución en mente. Cree que si logran que todas las partículas metálicas sean del mismo tamaño, la eficiencia bactericida aumentará y cubrirá un espectro mayor de microorganismos. Cuando se graduó del colegio que dirigía su abuelo en Barrancabermeja, Sierra tenía dos cosas claras: quería ser militar y por ninguna razón se iba a quedar trabajando en la finca de su familia. Sus planes de ir al ejército se frustraron porque su mamá no lo autorizó. Entonces pensó en estudiar una carrera universitaria y la novia de su hermano, que estudiaba química en la Universidad Industrial de Santander (UIS), se ofreció a ayudarlo. Fue ella la responsable de que se convirtiera en químico, pues compró el formulario de inscripción y sin preguntarle lo anotó en la lista de candidatos a la carrera de química. “Fue amor a primera vista”, confiesa Sierra. En el colegio ya sentía interés por las matemáticas y la física, así que cuando comenzaron las clases sobre los elementos fundamentales de la materia y sus interacciones se sintió en el lugar correcto. Cuando estaba entrando al último año de la carrera consiguió un trabajo con la multinacional Dow, que lo obligaba a viajar visitando clientes que tuvieran algún problema. Así se fue desarrollando su talento para solucionar situaciones difíciles. Cuando la empresa decidió irse del país, un colega volvió a señalarle el camino, como ya lo había hecho la novia de su hermano: “Usted debería estudiar un doctorado, usted es bueno para eso”. Consiguió una beca y viajó a Estados Unidos, donde estudió una maestría y un doctorado en la Universidad de Massachusetts. En 2005 regresó a Colombia y, luego de un breve paso por la UIS, ganó un concurso docente en la Universidad Nacional y comenzó a trabajar en el Departamento de Química. Entre sus primeras creaciones está un material que al entrar en contacto con gases como el metano se ilumina; un desarrollo con potencial en la industria minera, pues podría hacer parte de los sistemas de seguridad para mineros. Pero uno de los inventos que más lo enorgullecen es el desarrollo de un empaque para gulupa, una fruta de la cual Colombia exporta a Asia, Europa y América 3.000 toneladas cada año. Los exportadores colombianos se quejaban porque el largo viaje de casi 35 días que debe hacer la carga por barco hasta sus destinos terminaba arruinando el 25% de las frutas. Para evitar este desastre, los comerciantes se veían obligados a comprar unas bolsas fabricadas en Israel que conservan mejor la fruta, pero cuyo precio por unidad ronda los $400 pesos. César y sus colaboradores desarrollaron un empaque a mucho menor precio ($10 pesos por unidad), que prolonga la vida de la fruta por más días y que evita su deshidratación. El problema, dos años después, es que no ha sido posible resolver todos los líos jurídicos en Colombia para patentar el invento. Sierra no deja que esas cosas hagan mella en su optimismo y parece que no va a claudicar en su intento de acercar la investigación académica a los problemas de la industria en el país. pcorrea@elespectador.com @pcorrea78
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